En el segundo número de la Revista Principios, considerando
la masiva y positiva respuesta de militantes y dirigentes del
Partido, el Taller de Análisis Militar «Oscar Riquelme» (Viejo
Pablo) ha querido, desde este espacio, hacer un aporte a la
discusión de nuestro XXIII Congreso entregando algunas
consideraciones sobre los cuadros militares del Partido y la
necesidad de su plena incorporación a las tareas de hoy.
La definición de nuestro partido como un partido
de nuevo tipo, un partido leninista, formulada
a poco tiempo del congreso del 1 y 2 de enero
de 1922, implicaba una profunda y completa
definición del carácter de nuestra organización.
Se decía por nuestros organismos dirigentes, y
fue parte de la riqueza teórica del partido, que el
ser un partido de nuevo tipo significaba, entre
sus características principales, el que era una organización
de clase, el partido de la clase obrera.
Esto no fue una definición antojadiza. La
clase obrera, de acuerdo a nuestra concepción
marxista, era portadora –decimos era porque al
parecer para los nuevos ideólogos y dirigentes
del partido, ya no lo es- de contenidos sociales
y económicos, que la hacían una fuerza motora
de la transformación de la sociedad, por ser fundamental
en el proceso productivo capitalista,
ya que sin ella resulta imposible la producción
de bienes y servicios, y en definitiva de riqueza,
por ser el trabajo humano la fuente de toda
riqueza; por participar masivamente en los procesos
productivos. Es decir en grandes industrias
y a escala de toda la sociedad, pues como
grupo humano era el principal soporte de la economía.
Es decir, participaba socialmente en la
producción de riqueza. Esa actuación colectiva
la convertía en portadora de una nueva forma
de orden y organización social y económica: la
colectiva.
Un segundo rasgo determinante del carácter de
nuestro partido, era que se organizaba como partido
de clase para luchar por la conquista del
poder, justamente para esa clase a la que pertenecía
e impulsar un proceso de transformaciones
revolucionarias en el país, tocantes a la economía,
la política y la sociedad toda. En definitiva,
la construcción de una sociedad socialista
en nuestra patria.
Otro aspecto propio del carácter del partido de
nuevo tipo, era su forma de organización y la
disciplina interna, basado en las normas
leninistas de organización (Dirección Colectiva,
Centralismo Democrático y Crítica y
Autocrítica, detrás de las cuales se alinean la
unidad de acción, la dirección única, el trabajo
colectivo, la disciplina consciente y la estrecha
vinculación con las masas).
Un rasgo propio de una organización que se inspira
en el marxismo leninismo es, entre otros,
el dominio de todas las formas de lucha y la
capacidad de pasar de unas a otras de acuerdo
lo exijan las circunstancias. Así lo señala el propio
Lenin en su trabajo “El Izquierdismo, Enfermedad
Infantil del Comunismo”, no para
hacer de sus contenidos un dogma, sino por el
contrario, recoger toda la riqueza de lo que son
las más variadas formas de lucha, su conocimiento
y aplicación creativa de acuerdo a las leyes y regularidades propias del desarrollo de
la lucha de clases.
De allí que la constatación del llamado vacío histórico
en la línea de nuestro partido, luego de la derrota
del gobierno de la Unidad Popular, no hizo
más que poner en evidencia uno de los principales
elementos de una crisis político-ideológica
no resuelta. La constatación de que las clases dominantes
no permitirán un cambio económico y
social que las erradique del poder y control total
de las riquezas de la nación y privilegios que ello
conlleva, debió servir para efectuar una cabal corrección
en la concepción y la línea de nuestra
estrategia.
Por eso la importancia que reviste estar armados
ideológicamente. Es lo que permite concebir una
estrategia correcta, especialmente acorde con la
teoría y práctica, nacional e internacional de la
lucha de clases.
Por todo lo anterior, la cuestión militar, lo atingente
a la fuerza, son elementos integrantes de
toda estrategia política y especialmente de la revolucionaria.
Sin embargo, la formación de oficiales
y especialistas militares en nuestro partido,
no surgió inspirada en una sólida definición
estratégica. En primer lugar porque el impulso
vino desde afuera. Es decir, no fue una ocurrencia
o fruto de la elaboración teórica y estratégica
de nuestra organización o alguno de sus órganos
dirigentes. A pesar de que existía una gran sensibilidad
e interés al interior del partido y juventud
por esas materias. Por eso, cuando surgió la
tarea de formar cuadros militares, encontró respuesta
entre parte importante de la militancia.
Pero se vuelve a cometer otro pecado capital: no
sensibilizar a todo el partido para este esfuerzo,
no prepararlo ideológicamente, no capacitarlo
militarmente. En resumen, no hacerlo actor pleno
de la nueva etapa de la lucha. Se deja el quehacer
en manos de los especialistas y el partido
pasa a ser una fuerza de apoyo a las acciones
combativas. Incluso las unidades de combate
del partido representaron grupos aislados –no
sólo por la compartimentación- sino que en su
cometido.
Estuvo escasamente presente en la lucha contra
la dictadura el concepto de masa armada, uno de
los componentes esenciales de todo levantamiento
popular, puesto que las rebeliones no son obras
de pequeños grupos de especialistas. En tal sentido
fueron omitidos de la práctica la construcción
de un ejército político de la revolución
antidictatorial y del correspondiente ejército revolucionario
del pueblo, al que teóricamente debían
converger las organizaciones que desarrollaban
acciones combativas contra la dictadura,
con todas sus fuerzas y medios, incluida la fuerza
militar propia; los grupos y elementos que se
desprendieran de las Fuerzas Armadas y finalmente
al que se debía incorporar a la masa armada,
es decir al bajo pueblo, a trabajadores, pobladores,
estudiantes, campesinos, hombres y
mujeres en armas. Cuestión que demanda un proceso
de construcción y trabajo que no estuvo presente
en los esfuerzos para derrocar a la tiranía.
La formación de oficiales y otros especialistas
militares debió ser parte de una maduración estratégica
superior, que apuntaba al derrocamiento
del régimen dictatorial y la constitución de
nuevas Fuerzas Armadas.
La experiencia adquirida por quienes recibieron
formación militar profesional, convirtiéndose
en oficiales, que además adquirieron experiencia
combativa en guerras de verdad, chocó
inevitablemente con la precariedad, no del
conjunto del partido, sino especialmente con la
disposición de los órganos de dirección de éste
y sus integrantes. Luego no es culpa de la
militancia, exclusivamente, no estar preparada
para asimilar todos los contenidos de una política
militar revolucionaria.
Un reflejo de lo dicho, fueron las declaraciones
del compañero Guillermo Teillier, presidente de
nuestro partido, en cuanto que la formación de
militares profesionales por nuestra parte, obedecía
al “propósito de ayudar a la reestructuración
y llenar un vacío que se produciría en las FF.AA.
frente a una salida democrática en el país”.
Los oficiales profesionales capacitados por las
escuelas matrices de varios países socialistas, trabajaron en unidades militares de aquellos, fueron
profesores en escuelas de cadetes y adquirieron
experiencia combativa en países como
Nicaragua, Angola, El Salvador y Colombia.
Algunos de los cuales recibieron preparación en
academias superiores retornaron al país para integrarse
al FPMR, ocupando las más altas responsabilidades,
o asumiendo responsabilidades
en el TMM del partido u otras instancias partidarias,
en un esfuerzo por permear al partido
ante los enormes desafíos de la gran tarea de
derrocar a la dictadura.
El paso del tiempo, las experiencias vividas
en el país, mostraron que la actividad militar
estuvo orientada esencialmente desde un punto
de vista táctico, carente de visión estratégica.
Gran parte de nuestro accionar tuvo
como objetivo generar hechos políticos relativos
a la contingencia, sin que se cimentara
la construcción de una fuerza con proyección
estratégica, que se consolidara en el tiempo
en el proceso de acumulación de fuerzas para
definir, cuando surgieran las condiciones objetivas,
el problema del poder.
Tales condiciones quedaron en evidencia
cuando triunfó la opción NO, en el plebiscito
de 1988, y ese éxito se ratifica más tarde en
el triunfo de las elecciones presidenciales de
1989, en que ganó Patricio Aylwin, con la participación
electoral de cientos de miles de personas
contrarias a la dictadura. El análisis del
partido daba cuenta de la intervención norteamericana
en la configuración del nuevo escenario,
del papel jugado por la DC y el acomodo
del PS, lo que nos dejaba al borde del
aislamiento. Pero el aislamiento del partido
ya estaba definido. Era una imposición norteamericana
a la que accedieron incluso antiguos
aliados.
Sin embargo, la pregunta sobre un eventual
aislamiento del partido si emprendía una lucha
frontal contra la dictadura, que incorporara
el elemento militar en la perspectiva de
un levantamiento popular que arrojara al tirano,
estaba en el tapete desde antes que se
anunciara la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) y, cuando se optó por iniciar
ese camino, representaba un desafío, un elemento
más del escenario, pero no una amenaza
que aconsejaba abandonar la idea. Por
lo tanto, el tema de fondo no era quedarnos
solos o no. Más aún, si consideramos la actuación
en la lucha contra la dictadura de diversas
organizaciones, el aporte del partido y
el despliegue del accionar combativo, fuera
éste del FPMR o de estructuras partidarias
propiamente, jugó un papel determinante. Fue
esto y no otra cosa, lo que llevó a la mesa de
negociaciones a la Concertación, al militarismo
y a los EE.UU., que los reunió a todos.
La forma en que se enfrenta este escenario,
vuelve a demostrar que la intención de constituir
una fuerza militar no perseguía fines estratégicos
o al menos estos no existían.
Otra muestra de ello fue el acelerado proceso
de desarme y desmantelamiento de las estructuras
militares emprendido por la dirección
del partido, que no correspondía a un repliegue
táctico, como se intentó presentar dicho
esfuerzo.
Por todo lo anterior resulta especialmente molesto,
aunque muy ilustrativo, lo dicho por el
compañero Teillier a Diario Siete (semanas
antes de que lo cerraran), en cuanto a que
nuestros oficiales podrían perfectamente incorporarse
a las FF.AA. La opinión formulada
con bastante liviandad al parecer, no contempla
el carácter de clase de los institutos
armados del país, las que preservan sus roles
fundamentales de guardianes del orden
imperante que asegura lo más ancho del embudo
para los dueños del país y los más angosto
para el resto, el que deben garantizar
con las armas.
El destino de los cuadros militares y especialmente
de los oficiales no debiera estar precisamente
en las actuales FF.AA., pues su formación
no fue concebida para acomodarlos
en la institucionalidad impuesta a sangre y
fuego por la dictadura y preservada por los
gobiernos de la Concertación.
El papel de quienes fueron formados como militares
profesionales y quienes recibieron otros
niveles de formación militar, debiera estar orientado
a la actualización de sus conocimientos, al
estudio e investigación de los asuntos relativos a
la defensa nacional y de la fuerza pública, así
como a la elaboración de propuestas sobre cada
una de estas materias. Pero por sobre todo, sus
capacidades debieran contribuir al desarrollo del
conocimiento y dominio de las materias militares
por el conjunto del partido, de modo que se
potencie la elaboración colectiva partidaria de
los asuntos relativos al papel de la fuerza en los
procesos sociales, sus características, vías y formas
de implementación.
El rol y ubicación de quienes tuvimos el alto
honor de asumir una función militar en la lucha
de nuestro pueblo contra la dictadura, es algo que
no merece ser tratado con la liviandad que hasta
ahora ha sido característica por parte de la dirección
de nuestro partido. El trato recibido a lo largo
de años ha generado, en muchos de nosotros,
grados crecientes de desconfianza sobre los máximos
órganos de dirección.
En resumen, consideramos indispensable el rearme
de la conciencia del partido, no para la vulgarización
del quehacer y el hacer militar en la
lucha social, sino por el enriquecimiento en la
elaboración colectiva de toda clase de iniciativas
organizativas, como de lucha, en la elaboración
de doctrina y en la incorporación y despliegue
de la metodología militar revolucionaria en
la planificación y conducción de las más variadas
iniciativas. No se trata de una militarización
del partido, sino de potenciar todas las capacidades
existentes de un modo totalizador, es decir,
aplicando una visión leninista de la totalidad del
trabajo y desarrollo partidario. Se trata de la
interrelación dialéctica de todos los componentes
de una auténtica política revolucionaria, en
el entendido de que las condiciones objetivas no
se decretan y es respecto de ellas que adquieren
mayor importancia unas u otras formas de lucha.
Pero lo definitivo es que el partido revolucionario
debe dominarlas y estar capacitado para
pasar de unas a otras según lo requieran las condiciones
de lucha.
Cuando no se cumple con estas condiciones, la
organización se distancia de las cuestiones militares
y, cuando surge la necesidad de aplicarlas,
están fuera de alcance y aparecen por tanto como
un elemento ajeno a nuestra política y de tan ajeno,
pasan a ser una amenaza a nuestra política,
pues no las conocemos y sólo sabemos que implican
demasiados riesgos, debido a que siempre se
teme mucho más a aquello que no se conoce. Más
aún, en la política revolucionaria en general la improvisación
no suele ser un aporte consistente y,
cuando se trata del componente militar, la improvisación
es sencillamente suicida.
En esta dirección el partido debiera realizar esfuerzos
que posibilitaran el correcto aprovechamiento
de estos militantes. Todos debieran militar
en células y constituir un aporte para cada
órgano de dirección del partido, sean comunales
o regionales, además de una coordinación
centralizada que asegure el mejor rendimiento
de este potencial.
La aplicación de medidas para incorporar
este significativo grupo de militantes y los
cuadros que levantaron y aplicaron la PRPM,
permitiría sumar un conjunto de capacidades
hoy dispersas y una importante recuperación
de cuadros, que recibirían y enviarían
a la vez, una importante señal respecto al
asentamiento de una apolítica coherente y revolucionaria.
Adelante con el XXIII Congreso,
por un Partido para la Revolución.
Con Luis Emilio Recabarren,
Víctor Díaz López, Gladys Marín
y todos nuestros héroes en el corazón
¡mil veces venceremos!
Comité Editorial
Revista Principios
Julio, 2006.
la masiva y positiva respuesta de militantes y dirigentes del
Partido, el Taller de Análisis Militar «Oscar Riquelme» (Viejo
Pablo) ha querido, desde este espacio, hacer un aporte a la
discusión de nuestro XXIII Congreso entregando algunas
consideraciones sobre los cuadros militares del Partido y la
necesidad de su plena incorporación a las tareas de hoy.
La definición de nuestro partido como un partido
de nuevo tipo, un partido leninista, formulada
a poco tiempo del congreso del 1 y 2 de enero
de 1922, implicaba una profunda y completa
definición del carácter de nuestra organización.
Se decía por nuestros organismos dirigentes, y
fue parte de la riqueza teórica del partido, que el
ser un partido de nuevo tipo significaba, entre
sus características principales, el que era una organización
de clase, el partido de la clase obrera.
Esto no fue una definición antojadiza. La
clase obrera, de acuerdo a nuestra concepción
marxista, era portadora –decimos era porque al
parecer para los nuevos ideólogos y dirigentes
del partido, ya no lo es- de contenidos sociales
y económicos, que la hacían una fuerza motora
de la transformación de la sociedad, por ser fundamental
en el proceso productivo capitalista,
ya que sin ella resulta imposible la producción
de bienes y servicios, y en definitiva de riqueza,
por ser el trabajo humano la fuente de toda
riqueza; por participar masivamente en los procesos
productivos. Es decir en grandes industrias
y a escala de toda la sociedad, pues como
grupo humano era el principal soporte de la economía.
Es decir, participaba socialmente en la
producción de riqueza. Esa actuación colectiva
la convertía en portadora de una nueva forma
de orden y organización social y económica: la
colectiva.
Un segundo rasgo determinante del carácter de
nuestro partido, era que se organizaba como partido
de clase para luchar por la conquista del
poder, justamente para esa clase a la que pertenecía
e impulsar un proceso de transformaciones
revolucionarias en el país, tocantes a la economía,
la política y la sociedad toda. En definitiva,
la construcción de una sociedad socialista
en nuestra patria.
Otro aspecto propio del carácter del partido de
nuevo tipo, era su forma de organización y la
disciplina interna, basado en las normas
leninistas de organización (Dirección Colectiva,
Centralismo Democrático y Crítica y
Autocrítica, detrás de las cuales se alinean la
unidad de acción, la dirección única, el trabajo
colectivo, la disciplina consciente y la estrecha
vinculación con las masas).
Un rasgo propio de una organización que se inspira
en el marxismo leninismo es, entre otros,
el dominio de todas las formas de lucha y la
capacidad de pasar de unas a otras de acuerdo
lo exijan las circunstancias. Así lo señala el propio
Lenin en su trabajo “El Izquierdismo, Enfermedad
Infantil del Comunismo”, no para
hacer de sus contenidos un dogma, sino por el
contrario, recoger toda la riqueza de lo que son
las más variadas formas de lucha, su conocimiento
y aplicación creativa de acuerdo a las leyes y regularidades propias del desarrollo de
la lucha de clases.
De allí que la constatación del llamado vacío histórico
en la línea de nuestro partido, luego de la derrota
del gobierno de la Unidad Popular, no hizo
más que poner en evidencia uno de los principales
elementos de una crisis político-ideológica
no resuelta. La constatación de que las clases dominantes
no permitirán un cambio económico y
social que las erradique del poder y control total
de las riquezas de la nación y privilegios que ello
conlleva, debió servir para efectuar una cabal corrección
en la concepción y la línea de nuestra
estrategia.
Por eso la importancia que reviste estar armados
ideológicamente. Es lo que permite concebir una
estrategia correcta, especialmente acorde con la
teoría y práctica, nacional e internacional de la
lucha de clases.
Por todo lo anterior, la cuestión militar, lo atingente
a la fuerza, son elementos integrantes de
toda estrategia política y especialmente de la revolucionaria.
Sin embargo, la formación de oficiales
y especialistas militares en nuestro partido,
no surgió inspirada en una sólida definición
estratégica. En primer lugar porque el impulso
vino desde afuera. Es decir, no fue una ocurrencia
o fruto de la elaboración teórica y estratégica
de nuestra organización o alguno de sus órganos
dirigentes. A pesar de que existía una gran sensibilidad
e interés al interior del partido y juventud
por esas materias. Por eso, cuando surgió la
tarea de formar cuadros militares, encontró respuesta
entre parte importante de la militancia.
Pero se vuelve a cometer otro pecado capital: no
sensibilizar a todo el partido para este esfuerzo,
no prepararlo ideológicamente, no capacitarlo
militarmente. En resumen, no hacerlo actor pleno
de la nueva etapa de la lucha. Se deja el quehacer
en manos de los especialistas y el partido
pasa a ser una fuerza de apoyo a las acciones
combativas. Incluso las unidades de combate
del partido representaron grupos aislados –no
sólo por la compartimentación- sino que en su
cometido.
Estuvo escasamente presente en la lucha contra
la dictadura el concepto de masa armada, uno de
los componentes esenciales de todo levantamiento
popular, puesto que las rebeliones no son obras
de pequeños grupos de especialistas. En tal sentido
fueron omitidos de la práctica la construcción
de un ejército político de la revolución
antidictatorial y del correspondiente ejército revolucionario
del pueblo, al que teóricamente debían
converger las organizaciones que desarrollaban
acciones combativas contra la dictadura,
con todas sus fuerzas y medios, incluida la fuerza
militar propia; los grupos y elementos que se
desprendieran de las Fuerzas Armadas y finalmente
al que se debía incorporar a la masa armada,
es decir al bajo pueblo, a trabajadores, pobladores,
estudiantes, campesinos, hombres y
mujeres en armas. Cuestión que demanda un proceso
de construcción y trabajo que no estuvo presente
en los esfuerzos para derrocar a la tiranía.
La formación de oficiales y otros especialistas
militares debió ser parte de una maduración estratégica
superior, que apuntaba al derrocamiento
del régimen dictatorial y la constitución de
nuevas Fuerzas Armadas.
La experiencia adquirida por quienes recibieron
formación militar profesional, convirtiéndose
en oficiales, que además adquirieron experiencia
combativa en guerras de verdad, chocó
inevitablemente con la precariedad, no del
conjunto del partido, sino especialmente con la
disposición de los órganos de dirección de éste
y sus integrantes. Luego no es culpa de la
militancia, exclusivamente, no estar preparada
para asimilar todos los contenidos de una política
militar revolucionaria.
Un reflejo de lo dicho, fueron las declaraciones
del compañero Guillermo Teillier, presidente de
nuestro partido, en cuanto que la formación de
militares profesionales por nuestra parte, obedecía
al “propósito de ayudar a la reestructuración
y llenar un vacío que se produciría en las FF.AA.
frente a una salida democrática en el país”.
Los oficiales profesionales capacitados por las
escuelas matrices de varios países socialistas, trabajaron en unidades militares de aquellos, fueron
profesores en escuelas de cadetes y adquirieron
experiencia combativa en países como
Nicaragua, Angola, El Salvador y Colombia.
Algunos de los cuales recibieron preparación en
academias superiores retornaron al país para integrarse
al FPMR, ocupando las más altas responsabilidades,
o asumiendo responsabilidades
en el TMM del partido u otras instancias partidarias,
en un esfuerzo por permear al partido
ante los enormes desafíos de la gran tarea de
derrocar a la dictadura.
El paso del tiempo, las experiencias vividas
en el país, mostraron que la actividad militar
estuvo orientada esencialmente desde un punto
de vista táctico, carente de visión estratégica.
Gran parte de nuestro accionar tuvo
como objetivo generar hechos políticos relativos
a la contingencia, sin que se cimentara
la construcción de una fuerza con proyección
estratégica, que se consolidara en el tiempo
en el proceso de acumulación de fuerzas para
definir, cuando surgieran las condiciones objetivas,
el problema del poder.
Tales condiciones quedaron en evidencia
cuando triunfó la opción NO, en el plebiscito
de 1988, y ese éxito se ratifica más tarde en
el triunfo de las elecciones presidenciales de
1989, en que ganó Patricio Aylwin, con la participación
electoral de cientos de miles de personas
contrarias a la dictadura. El análisis del
partido daba cuenta de la intervención norteamericana
en la configuración del nuevo escenario,
del papel jugado por la DC y el acomodo
del PS, lo que nos dejaba al borde del
aislamiento. Pero el aislamiento del partido
ya estaba definido. Era una imposición norteamericana
a la que accedieron incluso antiguos
aliados.
Sin embargo, la pregunta sobre un eventual
aislamiento del partido si emprendía una lucha
frontal contra la dictadura, que incorporara
el elemento militar en la perspectiva de
un levantamiento popular que arrojara al tirano,
estaba en el tapete desde antes que se
anunciara la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) y, cuando se optó por iniciar
ese camino, representaba un desafío, un elemento
más del escenario, pero no una amenaza
que aconsejaba abandonar la idea. Por
lo tanto, el tema de fondo no era quedarnos
solos o no. Más aún, si consideramos la actuación
en la lucha contra la dictadura de diversas
organizaciones, el aporte del partido y
el despliegue del accionar combativo, fuera
éste del FPMR o de estructuras partidarias
propiamente, jugó un papel determinante. Fue
esto y no otra cosa, lo que llevó a la mesa de
negociaciones a la Concertación, al militarismo
y a los EE.UU., que los reunió a todos.
La forma en que se enfrenta este escenario,
vuelve a demostrar que la intención de constituir
una fuerza militar no perseguía fines estratégicos
o al menos estos no existían.
Otra muestra de ello fue el acelerado proceso
de desarme y desmantelamiento de las estructuras
militares emprendido por la dirección
del partido, que no correspondía a un repliegue
táctico, como se intentó presentar dicho
esfuerzo.
Por todo lo anterior resulta especialmente molesto,
aunque muy ilustrativo, lo dicho por el
compañero Teillier a Diario Siete (semanas
antes de que lo cerraran), en cuanto a que
nuestros oficiales podrían perfectamente incorporarse
a las FF.AA. La opinión formulada
con bastante liviandad al parecer, no contempla
el carácter de clase de los institutos
armados del país, las que preservan sus roles
fundamentales de guardianes del orden
imperante que asegura lo más ancho del embudo
para los dueños del país y los más angosto
para el resto, el que deben garantizar
con las armas.
El destino de los cuadros militares y especialmente
de los oficiales no debiera estar precisamente
en las actuales FF.AA., pues su formación
no fue concebida para acomodarlos
en la institucionalidad impuesta a sangre y
fuego por la dictadura y preservada por los
gobiernos de la Concertación.
El papel de quienes fueron formados como militares
profesionales y quienes recibieron otros
niveles de formación militar, debiera estar orientado
a la actualización de sus conocimientos, al
estudio e investigación de los asuntos relativos a
la defensa nacional y de la fuerza pública, así
como a la elaboración de propuestas sobre cada
una de estas materias. Pero por sobre todo, sus
capacidades debieran contribuir al desarrollo del
conocimiento y dominio de las materias militares
por el conjunto del partido, de modo que se
potencie la elaboración colectiva partidaria de
los asuntos relativos al papel de la fuerza en los
procesos sociales, sus características, vías y formas
de implementación.
El rol y ubicación de quienes tuvimos el alto
honor de asumir una función militar en la lucha
de nuestro pueblo contra la dictadura, es algo que
no merece ser tratado con la liviandad que hasta
ahora ha sido característica por parte de la dirección
de nuestro partido. El trato recibido a lo largo
de años ha generado, en muchos de nosotros,
grados crecientes de desconfianza sobre los máximos
órganos de dirección.
En resumen, consideramos indispensable el rearme
de la conciencia del partido, no para la vulgarización
del quehacer y el hacer militar en la
lucha social, sino por el enriquecimiento en la
elaboración colectiva de toda clase de iniciativas
organizativas, como de lucha, en la elaboración
de doctrina y en la incorporación y despliegue
de la metodología militar revolucionaria en
la planificación y conducción de las más variadas
iniciativas. No se trata de una militarización
del partido, sino de potenciar todas las capacidades
existentes de un modo totalizador, es decir,
aplicando una visión leninista de la totalidad del
trabajo y desarrollo partidario. Se trata de la
interrelación dialéctica de todos los componentes
de una auténtica política revolucionaria, en
el entendido de que las condiciones objetivas no
se decretan y es respecto de ellas que adquieren
mayor importancia unas u otras formas de lucha.
Pero lo definitivo es que el partido revolucionario
debe dominarlas y estar capacitado para
pasar de unas a otras según lo requieran las condiciones
de lucha.
Cuando no se cumple con estas condiciones, la
organización se distancia de las cuestiones militares
y, cuando surge la necesidad de aplicarlas,
están fuera de alcance y aparecen por tanto como
un elemento ajeno a nuestra política y de tan ajeno,
pasan a ser una amenaza a nuestra política,
pues no las conocemos y sólo sabemos que implican
demasiados riesgos, debido a que siempre se
teme mucho más a aquello que no se conoce. Más
aún, en la política revolucionaria en general la improvisación
no suele ser un aporte consistente y,
cuando se trata del componente militar, la improvisación
es sencillamente suicida.
En esta dirección el partido debiera realizar esfuerzos
que posibilitaran el correcto aprovechamiento
de estos militantes. Todos debieran militar
en células y constituir un aporte para cada
órgano de dirección del partido, sean comunales
o regionales, además de una coordinación
centralizada que asegure el mejor rendimiento
de este potencial.
La aplicación de medidas para incorporar
este significativo grupo de militantes y los
cuadros que levantaron y aplicaron la PRPM,
permitiría sumar un conjunto de capacidades
hoy dispersas y una importante recuperación
de cuadros, que recibirían y enviarían
a la vez, una importante señal respecto al
asentamiento de una apolítica coherente y revolucionaria.
Adelante con el XXIII Congreso,
por un Partido para la Revolución.
Con Luis Emilio Recabarren,
Víctor Díaz López, Gladys Marín
y todos nuestros héroes en el corazón
¡mil veces venceremos!
Comité Editorial
Revista Principios
Julio, 2006.
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