Todo partido revolucionario y todo militante revolucionario sabe, o debe saber, que se enfrenta a enemigos poderosos que no dan tregua luchando en todos los frentes. Uno de esos frentes , y sobre el cual hay que tener el más extremo cuidado, es y ha sido la infiltración.
El gestor de la infiltración coloca a sus hombres con extremo cuidado para que, en el momento oportuno, sean capaces de influir y/o tomar decisiones claves. Pueden tardar años en cumplir su cometido. No es posible detener la infiltración, ella siempre ocurrirá de una u otra manera. Por tanto el arte de enfrentarla consiste en no darles oportunidad para que desarrollen su trabajo, en impedir crear las condiciones para que prosperen. El enemigo siempre lo intentará, una y otra vez.
Es la vieja enseñanza que nos da el mito del Caballo de Troya, nadie está inmune a ello, creer otra cosa es ingenuidad, cosa imperdonable en política. Cuando sucede la infiltración, el derrumbe viene desde dentro. Es una forma de destrucción óptima, casi siempre su arquitectura se descubre cuando es demasiado tarde y todo se está desplomando. De allí la importancia de la vigilancia revolucionaria. Vigilancia que, una vez más, como tantas cosas, ha sido, interesadamente o no, dejada de lado.
La experiencia histórica más reciente y terrible para el conjunto de la Humanidad, es la caída de la Unión Soviética y el llamado “Campo Socialista”. No vamos a decir que todo lo que ocurrió fue fruto de una conspiración, pero los hombres claves sin duda estaban allí. Funcionarios que estaban ubicados para el momento adecuado: Gorbachov, Primer Secretario del KOMSOMOL durante largos años, en 1985 fue elegido en “forma sorprendente” Secretario General del Partido de la URSS. Una de sus primeras acciones fue nombrar a Boris Yeltsin como Secretario Central del Partido Comunista de Moscú y miembro del Politburó Soviético.
Yeltsin había comenzado a trabajar para la administración del Partido en 1969, desplegando una rápida carrera política. Su mayor logro fue convertirse en el artífice final de la desintegración de la URSS, sumergiéndola en la entronización de las mafias y el desplome económico. Finalmente, cumplido su cometido, murió. Su mentor, Gorbachov, todavía sobrevive recibiendo entre otros reconocimientos del “mundo libre” el Premio Nobel de la Paz (al igual que Henry Kissinger), por su “contribución a la distensión mundial”. Hoy preside el Partido Socialdemócrata Ruso y se hace pagar ingentes cantidades por contar como hizo desplomarse a la URSS ¡Todo en nombre del comunismo!.
Hemos llegado a la convicción de que vivimos algo similar. Ha estado sucediendo desde el momento en que se apartó a los dirigentes que tuvieron el alto honor de detener la sangría criminal ejercida por la dictadura sobre el Partido. Nos referimos a Nicasio Farías, Crifé Cid, Jorge Texier y otros dirigentes de base. ¿Bajo qué argumentos?: de ser “un equipo sin el suficiente oficio para constituir una dirección...” (Convocatoria XV Congreso). Es decir, aquellos que encabezaron y mantuvieron la mayor muestra de valor y entrega de centenares de “anónimos cuadros y militantes diseminados en la estructura partidaria” ¡no tenían suficiente oficio para constituir una dirección!. Fueron apartados por los “expertos” que volvieron por sus fueros. Estos expertos que, a la fecha, lo único que han demostrado fehacientemente es su incapacidad de dirigir la fuerza inconmensurable del Partido y su experiencia en tapar pequeñas corruptelas. Expertos en embotar el filo revolucionario del Partido de la Clase, disminuyendo día a día la cantidad de militancia y su fortaleza orgánica. Han logrado que haya más comunistas fuera del Partido que dentro de él. Están logrando la liquidación de un Partido Comunista que logró llegar al poder y que resultó, para el fascismo, indestructible. Han llevado a la organización de los comunistas a una práctica construida desde la impotencia política. Y, lo que es más grave, dañado una condición esencial de su indestructibilidad: la unidad de acción.
No dan cuenta de nada y no son responsables de nada. Son funcionarios de “algo”, sin duda. Representan la muestra palpable de lo que sucede a un partido revolucionario cuando los funcionarios reemplazan a los revolucionarios. Son la muestra nacional de las mafias de burócratas, en parte importante, responsables de la caída de la gloriosa Unión Soviética. El Partido los mira con desconfianza después de que emergieron del XXIII Congreso habiéndose colocado en el bolsillo las resoluciones y críticas más importantes o, a lo más, haciendo un reconocimiento meramente formal de ellas. Hoy existe un rechazo soterrado y silencioso a su accionar que adquiere cada vez más fuerza: ¡No más!.
Tienen en lo esencial al Partido dividido y en bancarrota financiera. Han despilfarrado millones que fueron medianamente reintegrados por el Estado de los bienes inmuebles del Partido, fruto de años de duro trabajo de sus militantes. Como de seguro lo harán con los cuantiosos recursos que aun se adeudaban y que, por esas “casualidades del destino”, la actual presidenta ha desbloqueado y dado orden de entrega rápida. Es una verdadera metáfora el que ellos perdieran la sede histórica del Partido en calle San Pablo. Sometieron al Partido a la tremenda humillación de perder la elección en un distrito que se suponía de recia raigambre obrera, como es Lota. Son de una tremenda incompetencia en el mejor de los casos o, como ya lo planteamos, lo que es peor, dirigentes de una planificada acción de esterilidad política. Hoy la tarea de las tareas es poner fin a esta verdadera liquidación del Partido.
Sería largo, inútil y vergonzoso exponer de manera detallada los innumerables casos de corrupción, conocidos por todos los militantes y que han alejado a tantos de ellos. A modo de defensa, descubrieron que cualquier acción controversial provocada por sus reiterados desaciertos corresponde a una acción concertada del anticomunismo y antipartido. Así han barrido del escenario a todos aquellos que manifiestan su desazón frente a su accionar político. A nosotros no nos gusta pero, pese al llamado del señor Teillier en el Diego Portales, “al que no le guste se va”, no nos vamos a ir. Hemos sido, somos y seguiremos siendo militantes comunistas. Este es nuestro Partido, el Partido de la Clase Obrera, de los Recabarren, Neruda, Volodia, Lipschutz, Víctor Jara, de los miles de combatientes caídos.
La plena confianza en la dirección política es fundamental para la unidad de acción. La confianza, una vez que se pierde, es irrecuperable. Mientras más pase el tiempo, la situación será más lamentable. Se aproximan momentos importantes del devenir político, con una clase que emerge cada vez con más fuerza. Es una responsabilidad política abrirle paso.
En el Partido, hoy por hoy, donde uno vaya y con quien hable se manifiesta una profunda ira e impotencia. Hay conciencia de que en los últimos congresos han montado verdaderas máquinas de poder para doblar la voluntad de la militancia. Esto no se puede hacer impunemente. Están cometiendo un enorme error a un costo que ya está pagando el movimiento popular. ¿De qué otra cosa habla el fracaso de la “política del viraje” constatado en el XXIII Congreso y la falta de unidad de la izquierda?.
Estos dirigentes se han convertido en administradores y gestores del fracaso. Dentro del esquema clásico, han adquirido la condición de guardadores de la fe. Es la beatitud de un pensamiento tópico que ignora incluso el quehacer de aquellos que pretende tomar como modelo: ya no son marxistas.
Aquí no se trata de entrar en componendas ni acomodos: Todos, repetimos, TODOS los actuales cuadros del Secretariado, la Comisión Política y la Comisión de Cuadros deben poner sus cargos a disposición del Partido y ser reemplazados. Debemos hacer inhóspitas las condiciones para la infiltración. El Partido cuenta con una militancia y cuadros intermedios probados que funcionan en términos de entrega, de responsabilidad y dirección colectiva. Pueden y deben asumir los puestos de dirección, convocar a un Congreso Extraordinario y revisar cuentas.
Además debe respetarse a plenitud lo determinado en el Artículo 22 de los Estatutos, extendiéndolo a todos los miembros de Dirección Política Central. Nadie debería permanecer más de ocho años en un cargo de dirección política, ni directamente ni por rotación, como se usa hoy para permanecer indefinidamente en determinadas posiciones de poder. Ni presidentes vitalicios, ni secretarios generales vitalicios, ni encargados nacionales vitalicios. El Partido es la organización por esencia de la Dirección Colectiva. Nadie, bajo ninguna circunstancia puede arrogarse este derecho sin contravenir la dialéctica de la realidad y sin dejar de ser, en los hechos, comunista. Sólo así se terminará con estos pequeños reyezuelos pagados por sí mismos, a propósito de nada, que vegetan por los pasillos del Comité Central y en las direcciones sindicales.
No los estamos expulsando del Partido ni les estamos persiguiendo, sólo estamos pidiendo que se vayan a la producción. Queremos saber quién es quién. Simple y claro.
Nuestra responsabilidad es la vigilancia militante: una posición de principios.
¡Viva la Clase Obrera! ¡Viva el glorioso Partido Comunista de Chile!
Septiembre, 2007.
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